domingo, 6 de noviembre de 2011

Ellas han podido ¿y tú?

Una mesa redonda permite conocer las experiencias de cuatro mujeres que han participado en programas de empoderamiento organizados por los servicios municipales y que han logrado alcanzar varias de sus metas

Las jornadas se desarrollaron durante todo el día de ayer en las dependencias de la Casa de Igualdad.
G.A.T.
G.A.T. / MIRANDA DE EBRO
E n Miranda ayer se habló de vulnerabilidad, exclusión, integración, empleabilidad, inclusión, igualdad... y de empoderamiento. Una palabra, esta última, compleja y que según la RAE significa «conceder poder a un colectivo desfavorecido socioeconómicamente para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida». De esto precisamente ofrecieron sus experiencias cuatro mujeres, dentro de las Jornadas Marisa Villaquirán Medina, que alcanzaron su séptima edición con un amplio programa que, con la igualdad entre hombres y mujeres como fondo, abordaron muchas otras materias.
Y fue la del empoderamiento la que cerró las sesiones, con los testimonios vitales de mujeres que han logrado abrirse camino en diferentes circunstancias, y que en todos los casos, han participado en alguno de los programas de empoderamiento e igualdad que se ofrecen en distintos centros, como la Casa de Igualdad de Miranda, sede ayer de las jornadas.
Se trata de experiencias de superación que compartieron con un público (muy mayoritariamente femenino), dando un ejemplo muy valioso de cómo el camino, aunque a veces muy empinado, se puede recorrer, más fácilmente si a tu lado hay personas dispuestas a ayudar.

Ilusión recuperada. El de Mari Jose, brasileña que hace trece años recaló en la localidad alavesa de Salvatierra, fue emotivo. En momentos no pudo reprimir las lágrimas al narrar cómo su participación en el programa de empoderamiento le ha permitido «recuperar la ilusión que había perdido».
Con las dificultades añadidas de vivir en el medio rural, sin carné de conducir y criando a su hijo, se encontraba varada, «apartada de la sociedad», reconocía. Pero el tesón, «y la ayuda de muchas personas», explicaba, fueron su guía hasta encontrar el taller de empoderamiento de Salvatierra.
Allí se formó en informática e internet, ha realizado varios cursos en diversas materias, se ha logrado sacar el carné de conducir y lo que ella más valora: «He convivido con otras personas e intercambiado experiencias». Una actividad que le ha permitido «recuperar la fuerza que había perdido tras sentirme muy vulnerable» hasta lograr cumplir algunos de sus sueños, aunque como ella decía: «Tras haberlos dividido en pequeños pasos realizables».

del paro a vigilante. En el caso de Rafi, su encuentro con las herramientas que proporciona la Casa de Igualdad llegó tras quedarse en paro hace tres años. «Ahí piensas: o te quedas en casa o te mueves», dijo, y ella decidió moverse hasta encontrar el Programa Clara, que le proporcionó varios cursos de formación y capacitación a realizar.
Así inició uno de vigilante de seguridad. «Fui a por todas, y ahora soy vigilante a turnos en una empresa», narraba, explicando que ante la incertidumbre surgida tras perder su empleo «aquí me decían todo el rato: tú puedes, tú vales, tú saldrás…». Esto, explicaba, «fue el empujó que necesitaba en un momento de bajón».

el vacío se llena. Junto a Rafi, estaba Teresa, que contó su experiencia, también diferente a las de las otras mujeres. Es la de una mujer casada y con una hija, feliz en todo lo familiar y lo personal, pero con «un sentimiento de que aún así algo me faltaba», decía.
Había trabajado hace años, aunque lo dejó al casarse, e inmersa en esa duda de que algo necesitaba en su vida se propuso encontrar un empleo. «Pero ya a una edad, pensaba que quién me iba a contratar, que qué sabía hacer yo», explicó.
A pesar de las dudas llegó hasta el Programa Clara, «y por decirlo de alguna forma me cambió mi vida interior». Y es que allí pusieron en evidencia sus capacidades, «porque creía que no sabía hacer nada, pero resultó que sí». Y se apuntó a un Taller de Empleo de Ayuda a Domicilio, «quité el miedo a formarme», apuntaba, y ahí sigue trabajando en este servicio de asistencia.
«Llego cansada casa, donde siempre hay también trabajo que hacer, pero me meto en la cama y pienso que merece la pena. Una de las señoras que cuido, que se rompió la cadera, me dice que soy sus brazos y sus piernas, y ya eso llena ese espacio que sentía que me faltaba... y ya la tengo andando», confesaba. Por ello anima a «dar ese primer pasito, que es el que cuesta».

toca formarse. El cuarto testimonio fue el de Daniela. Es brasileña, aunque lleva 13 años en Miranda, y gracias a su participación en los programas de empoderamiento ha cambiado. «Era recatada y ahora soy más respondona», decía entre risas, reflejando que ha perdido cierto medio a no creer que es capaz de alcanzar las metas que se pone.
Lo primero que tuvo claro es que llegada de Brasil, y como dijo, «conociendo poco más de España que El Quijote de Cervantes y algo de Andalucía», lo que tenía que hacer era formarse. Por ello se apuntó al colegio Aquende y se sacó el Grado Medio, y después el carné de conducir, y más tarde el título de auxiliar de Ayuda a Domicilio. Ahora, ha encontrado en el autoempleo la que por ahora ha sido su última meta.

la voluntad. En la mesa redonda quedó bien claro que la aplicación de estas iniciativas de empoderamiento son muy válidas. Con cuatro testimonios que a buen seguro se repetirían con casi la totalidad de las mujeres en que ellas participan, cada una con su historia particular, pero con el convencimiento de que «ese empujón que te dan el fundamental», como ayer se dijo.
También, y en este caso lo hizo Julene Malaina, moderadora del debate y trabajadora de la Casa de Igualdad, se destacó la importancia y la valía «de la voluntad» que las participantes en los programas tienen.    

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