martes, 25 de octubre de 2011

La verdad contada por Paco Larrañaga ; condenado injustamente a cadena perpetua...

La verdad contada por Paco Larrañaga
 
«Mi padre, un pelotari eskaldun de 21 años, viajó a Filipinas desde Alegia de Oria. En la isla de Cebú conoció a mi madre, Margarita González Osmeña. Ella hablaba español, había estudiado en Madrid. Se casaron y tuvieron tres hijos. Yo soy el pequeño». Así comienza una carta enviada desde la prisión de Martutene por Paco Larrañaga, el preso vasco filipino que ha hecho un quiebro a la pena de muerte y hoy cumple condena por un doble homicidio que no se cansa de repetir jamás cometió.

Es la primera vez que relata estos hechos a un medio de comunicación. Es la historia de lo que sucedió, la verdad narrada por Paco Larrañaga. Ni siquiera la pudo contar en el juicio. El juez no se lo permitió. En catorce folios dictados a un compañero recluso, Larrañaga detalla las vicisitudes que ha superado desde que en 1997 «ocho personas no uniformadas y exageradamente armadas me asaltaron cuando entraba en la escuela. Los profesores se negaron a que me llevaran y el director llamó a un abogado». Comenzaba el calvario para Paco y su familia. Un proceso que le llevó al corredor de la muerte, plagado de irregularidades con mentiras, corrupción, falsas declaraciones, un asesinato, un suicidio, un intento de homicidio. y también un final, de momento sólo satisfactorio, pero que se puede convertir en feliz.
Paco Larrañaga fue detenido, acusado, juzgado y condenado a muerte por el asesinato de las hermanas Jaqueline y Mari Goy Chong, de 19 y 21 años, cometido en julio de 1997 en Cebú, una isla situada a unos setecientos kilómetros de Manila. Los Chong constituyen un clan chino-filipino con gran un poder económico. Los cuerpos de las chicas todavía no han sido hallados, si bien días después de la desaparición se localizó el cadáver de una joven. La víctima llevaba puestas unas esposas con el acrónimo PNP (Policía Nacional de Filipinas) grabado en ellas. «La madre no reconoció entonces los restos. Dijo que sus hijas eran más bajas, de cabellos más cortos», explica Larrañaga. Hay quienes aún afirman que las hermanas siguen vivas en EE UU.
Los crímenes se perpetraron diez meses antes de las elecciones presidenciales en su país. De las palabras de Paco sólo cabe concluir que su incriminación escondía una maniobra política para desacreditar a un «primo-hermano de mi madre», Emilio Osmeña, que concurría a los comicios. Los Osmeña pertenecen a una influyente saga del país asiático, descendiente del ex presidente Sergio Osmeña, y que a lo largo de las últimas décadas ha sido víctimas de diferentes maniobras por parte de sus adversarios. «El otro favorito era Josef Estrada. Su secretaria durante veinte años era Cheryl Jemenea, casualmente tía de las víctimas», relata Paco.
Primer arresto
Larrañaga cuenta que fue arrestado por vez primera en septiembre de 1997, en Manila, dos meses después de la desaparición de las hermanas, cuando se disponía a entrar en la escuela de artes culinarias. «Me pusieron unas esposas. La Policía tenía un billete de avión con mi nombre para viajar a mi isla, Cebú. Mi hermana llamó a mi tío que era senador. Éste colgó el teléfono y a los pocos minutos volvió a llamar diciendo que me habían arrestado por el secuestro de las hermanas Chong. El abogado discutió con los policías y tuvieron que soltarme porque en aquel momento no había ninguna orden de arresto».
Paco Larrañaga quedó impactado por la grave acusación y empezó a realizar averiguaciones por cuenta propia. El recluso regresó a su residencia. «Pregunté al portero si podía enseñarme el libro de entradas y salidas del edificio del mes de julio. En la página correspondiente al día 16 -el de la desaparición de las hermanas- consta que yo entré con dos compañeros de escuela y con una amiga. Y que salí con una vecina del quinto piso».
Era lo que buscaba. La prueba de que en la fecha de autos, Paco se hallaba en Manila, en la escuela, no en Cebú, donde se perpetró el delito. Algo reconfortado, Paco subió a la habitación y llamó a su padre, Manuel, quien por aquellas fechas estaba de viaje en su Alegi natal. Paco le contó lo sucedido. «El aita me dijo: 'pasa algo raro. ¿Por qué no vienes a Euskadi?' Le contesté que no, que no quería faltar a clase ni tampoco ensuciar mi nombre y ni el de mi familia. Ahora que lo pienso, si le hubiese escuchado nuestra vida sería diferente».
Larrañaga logró reunir numerosas pruebas que demostraban su inocencia: declaraciones de compañeros, profesores, hosteleros... todos le situaban el día de los hechos lejos del lugar del doble crimen. Con todo ello, Paco viajó a Cebú, se presentó en la comisaría. Pensó que las evidencias que aportaba bastarían. Qué equivocación. «Allí comenzó el calvario de mi familia y el mío propio, me detuvieron y me encarcelaron», afirma.
«Al principio fuimos tres los imputados por la misma causa; un amigo mío, un conocido y yo. Después fueron llegando nuevos sospechosos que terminaron por marcharse del país. A los seis meses vinieron dos hermanos. Eran menores, jamás los había visto. Tampoco ellos a mí».
«Antes de detenerme -prosigue Paco- ya habían arrestado a un taxista y a su ayudante. Extrañamente, la madre de las desaparecidas, salió en la prensa para decir que aquellos no eran los culpables, que los autores eran personas de familias poderosas. Los dejaron libres, aunque más tarde los detuvieron de nuevo».
Un juicio perdido
«Como era obvio», señala Paco, las elecciones las ganó Josef Estrada «y los fiscales los escogió su secretaria, es decir la tía de las hermanas Chong. El juicio sería un circo, estaba perdido antes de empezar. Jamás me he sentido tan traicionado, ni en el corredor de la muerte ni en mi vida carcelaria», dice
Tres fueron los grandes protagonistas de la vista oral: el juez, la madre de las desaparecidas y un último y extraño hombre, un nuevo implicado llamado Davidson Rusia. «Declaró que me conoció el día de la desaparición de las chicas, que estuvimos por la mañana y por la tarde, que secuestramos a las hermanas e incluso afirmó que él violó a una de ellas. Pues bien, este hombre, el violador, el día del juicio se iba libremente a su casa o a delinquir, vaya usted a saber. Pero de él hablaré más adelante».
Paco se centra en la madre de las desaparecidas, a quien acusa de mentir una vez tras otra. «Me quedé helado al oírle que la muchacha que fue hallada muerta a los pocos días era su hija cuando anteriormente había manifestado que no lo era. También dijo que una de sus hijas y yo fuimos juntos al instituto y que yo la había cortejado. Imposible. Yo no fui a un instituto mixto. Estudiaba en un seminario. El rector quiso testificar pero el juez le prohibió».
«La señora Chong -añade Paco- aseguró también que en 1992 llevé a una de sus hijas varias veces a casa y que conducía un Jeep negro. Mi padre, por desgracia, no tenía un Jeep para mí, pero aunque lo tuviera, no me lo dejaría. Yo tenía entonces 13 años. ¿Qué padre dejaría ir a su hijo al colegio en coche con esa edad?»
 
 

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